La “Breve historia de los libros prohibidos”
Por FRANCISCO S. CRUZ
Acabo de leer “Breve historia de los libros prohibidos” de Werner Fuld (escritor y crítico literario alemán) una cronología apabullante y vergonzante a la vez que registra el lado oscuro, siniestro e inquisidor de la especie humana y su degradante aspiración de negarse  asi mismo a través de subterfugios políticos-jurídicos, religiosos, morales, y no pocas veces, de execrables ideas vindicadoras de fanatismos, intolerancias, monarquías, atavismos culturales, dictaduras y seudos revoluciones.

Leyendo esta breve historia de los libros prohibidos, no hay forma ni manera -y de entrada lo quiero fijar- de justificar la prohibición-circulación de ningún libro (ya sea por su contenido, género literario o presunción de atentado a la socorrida “moral pública”), o peor, de su quema pública aún bajo el libre albedrío de ciudadanos ofendidos, de actos de fe religiosa ante  supuestas blasfemias literarias-filosóficas-esotéricas, de literatura seudo chatarra, de fanatismo-patriotismo, o bajo el censor oficial de leyes, de supuestas instituciones para dizque salvaguardar al público de “tendencias inmorales y obscenas”, de abuso de poder (denegar y derogar un premio literari a la sazón, Viriato Sención y su novela “Los que falsificaron la firma de Dios”), o de vulgar castración y proscripción de la libre difusión del pensamiento, de la ciencia y de la creación artística.
Prefiero esa libertad, a indicarle a nadie qué leer, qué comprar o qué es bueno desde una pretendida “moral pública” que la misma historia universal registra -no pocas veces- como una guillotina intempestiva y dirigida a salvaguardar, en diferentes épocas históricas, los intereses sacramentales de poderes fácticos, de clases, y cuando no, de los propios pervertidores y simuladores de una prostituida “moral pública” de actores públicos-fácticos enquistados en el poder y en alianza soterrada.
Así podríamos preguntarnos: ¿qué podría ser mas lesivo a nuestro país, si el artículo-ofensa u ignorancia supina de Mario Vargas Llosa (Los parias del Caribe) que el libro de Angelita Trujillo (una tergiversación macabra y siniestra de la carnicería-dictadura que instauró su padre y esbirros –muchos que aún respiran y escriben-, 1930-61)? Honestamente, creo que el desaguisado de Vargas Llosa, no valía la quema ni siquiera de uno de sus libros, y menos “La fiesta del chivo” independientemente de sus méritos o no como obra de ficción o novela histórica.
Para mí, a Vargas Llosa, con la sentencia 168-13, y sin mandarlo al carajo por ello, se le metieron -como dice un dicho para graficar locura- emisoras de afuera (o todas las que su hijo, les puso en frecuencia). Esto, independientemente del daño infligido a la imagen internacional de nuestro país, y no por su conocimiento cabal y desprejuiciado sobre la sentencia  (que muy probablemente  -como en el caso de otros- no leyó antes de escribir su artículo), sino por su fama de escritor y polemista. Pero además y como confiesa el mismo escritor porque “Quiero mucho a la República Dominicana…”. ¡Vaya amor!
Más trascendente e indicativo del clima de tolerancia política-ideológica (y si se quiere migratoria) prevaleciente en nuestro país, para el caso, fue la más reciente visita del afamado escritor peruano-español al país que, dicho sea de paso, paso “sin pena ni gloria” y en franca vía pública -pues la prensa registró que lo vieron en Librería Cuesta- como transcurre la vida cotidiana de miles de ciudadanos haitianos y de otras nacionalidades (que viven en situación de status migratorio irregular que ni en Europa ni en ninguna isla del Caribe aceptan ni toleran -incluso en la tierra del camarada Gonsalves, que si Vargas Llosa no lo sabe, hay una suerte de “política migratoria” que infiere cierta preferencia por migración “altamente calificada” -profesionales-estudiantes, para mas ilustración: leer estudi Migración en El Caribe: ¿qué sabemos al respecto?” de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, y tratados-acuerdos-CARICOM-AEC- para recibir migrantes en San Vicente y las Granadinas- pero sí los persiguen y destierran ipso facto) desparramados por toda la geografía nacional. ¿Los habrá visto, el autor de  El sueño del celta? O tal vez se habrá enterado del drama migratorio de miles de ciudadanos del mundo que deambulan por el viejo continente -incluido el de los niños africanos castrado en sus genitales que llegan a España-.
Y nos preguntamos para cerrar: ¿desde cuándo el viacrucis de los pueblos gitanos?  Acaso, ¿esos parías (víctimas de Mussolini, de Hitler, de Franco y de casi todos los gobiernos europeos) universales no necesitan también -y tal vez con mas justificación histórica- una voz portentosa, como la de Vargas Llosa, que  por lo menos pida reparo por esa ignominia-historia en la que Europa carga con la mayor responsabilidad? ¿Y qué de los Pueblos Indígenas en nuestra propia América: norte-sur?
Ahora bien y volviendo al libro, en sus páginas hay un dato curioso y a la vez  revelador del cinismo terrenal-religioso de validez histórico-universal, y es este: “La Iglesia había cerrado filas con la clase política basándose en las palabras del Apóstol Pabl
“Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación por si mismo (Romano 13,1-2)” Pág. 152.
Y el autor del libro remata el cuadro secuencia-histórica: “Esta tradicional complacencia con el poder político es, dicho sea de paso, la razón por la que nunca se consideró la inclusión en el índice [se refiere a la lista negra de autores “heréticos” que la Iglesia Católica confeccionó por siglos] de  Mi lucha de Hitler, ni tampoco de las obras de Lenin,  Mussolini o  Stalin”  (Pág. 153). Increíble, ¿no? 
Y traigo -o mejor dicho, el autor lo trae- lo anterior a colación, porque no hay manera de desvincular a la Iglesia Católica -asociada al poder público-, de la historia universal de la censura, pues “La madre de todas las listas negras es una relación de los libros prohibidos que la Iglesia Católica publicó por primera vez en 1559 en Roma. Pero existían precedentes: la facultad de Teología de la Soborna había publicado seis listas de libros peligrosos entre 1544 y 1556”. Esto sin contar que “…la Inquisición española, portuguesa y romana, (…) elaboraban sus propios catálogos”. Porque los libros “perniciosos” (“-esto es, críticos con el Estado o la Iglesia”) “se destruían o se ocultaban...”. Si es que no iban a la hoguera.
Pero la historia de los libros prohibidos tiene también una intrincada historia de legislaciones políticas-jurídicas-canónicas que arropa a toda Europa y los Estados Unidos, quizás porque “Toda biblioteca esconde un secreto” y “así, protegidos de la curiosidad del lector, y para que este no padezca las consecuencias nocivas de la lectura, es como se forman los fondos secretos de libros prohibidos. En la Biblioteca Nacional de París, este depósito ostenta el nombre dramático de enfer, mientras que en la Briitish Library londinense es llamado discretamente The Private Case”.
Tal vez el siguiente antecedente histórico nos dé una idea más precisa o aproximativa al fenómen “Mientras que en los siglos VI y VII se mandaba quemar los escritos heréticos, procedimiento especialmente utilizado por los emperadores bizantinos, cien años más tarde en Roma se tuvo otra idea: en el año 745, el Papa y el concilio condenaron algunos escritos a ser guardados en el archivo papal de forma inaccesible, “para el repudio y la vergüenza perdurable” de sus autores”. Y es que “Con la censura, la ocultación y la destrucción de todos los libros cuyo contenido no coincidiera con los dogmas cristianos, la Iglesia seguía un plan muy consciente: provocar una decadencia intelectual que hiciera posible el auge del clero y cimentar su poder”.
Paralelo a estos métodos y objetivos, hurguemos -sin reparar en ninguna referencia histórica específica-, y someramente, en el calvario de algunos autores, por ejemplo, “Los castigos que sufrían en Inglaterra los autores caídos en desgracia eran sorprendentemente variables: abarcaban desde el cercenamiento de orejas hasta la amputación de la mano con que escribían; luego los miembros amputados se quemaban con los libros”.
Más próximo en la historia -y sería una injusticia no hacer mencionar de ello como registra el libro-, en la Unión Soviética de Stalin y en nombre del socialismo-comunismo, fue de antología la hazaña-crimen de lesa humanidad del Gulag, de los campos de colectivización agraria y de la más aberrante política de Estado de censura y proscripción de escritores, artistas e intelectuales (y de sus obras), que sólo con la llegada de  Nikita Jruschov  al poder  (1953-1964) se disipó.
Y para ilustrar, con un caso sorprendente, tomemos el ejemplo universal de  la mayor empresa científica-filosófica-intelectual después del Renacimient la Ilustración que usó como medio de difusión y propagación educativa-editorial “la  Cyclopaedia de Ephraim Chambers para el francés. Esa obra se había publicado en 1728” (…), pero “… una clase media económicamente fuerte ya no estaba dispuesta a confiar a los sacerdotes la explicación del mundo cada vez más complejo”. Por ello, Denis Diderot (escritor, intelectual, y de alguna forma, propulsor ideológico de la revolución francesa) “le propuso hacer una ampliación actualizada y  Le Breton le dio su consentimiento…”.
“Sin embargo, lo que se propuso  Diderot era, ante todo, un proyecto muy arriesgado, cuyo principal factor de riesgo era el propio Diderot, no por su pereza, sino más bien por una capacidad de trabajo que daba miedo”. Al respecto, sólo una idea del desbordante espíritu científica-intelectual que bullía en Diderot, es este: “Durante la fase de preparación de la obra, mientras organizaba los temas y buscaba a los autores de los diversos artículos junto con  D’ Alembert, es decir, mientras planeaba el trabajo de los próximos veinte años, escribió y publicó varios libros que no tenían nada que ver con la enciclopedia pero que pusieron en peligro todo el proyecto”.
Y no era para menos, Diderot y los enciclopedistas (bajo el embrujo de la Ilustración) estaban poniendo pata arriba toda la concepción “científica-religiosa-filosófica” establecida no exenta de superstición. Por ello, “El Tribunal de París prohibió sus Pensamientos filosóficos (1746) por sus ataques a la religión y ordenó que el verdugo los quemara públicamente…”. Está demás decir que también fue a parar a la cárcel.
No obstante, “Diderot hizo la mayor parte del trabaj organizó, redactó, comparó y corrigió los trabajos de cientos de colaboradores, además de escribir personalmente casi tres mil artículos para los primeros tomos de la enciclopedia”.  Porque “La cárcel no lo cambió” y encima nos legó –entre otras tantas- esta máxima que aún tiene vigencia: “Ningún hombre ha recibido de la naturaleza el derecho de mandar a los otros”.
Finalmente, la lista de los libros prohibidos se pierde en la bruma capciosa de la historia de los hombres sobre la faz de la tierra y su natural e instintiva curiosidad, y tiene nombres de autores prominentes, innovadores, valientes y excelsos que resistieron –en diferentes épocas históricas- los embates del poder, de la barbarie y de las creencias más execrables, entre ellos, vale mencionar a: “Virgilio, Diderot, Dos Passos, Voltaire, Zola, Nabokov, Ovidio, Rousseau, Sartre, Hemingway, Balzac, Faulkner, Gorki, Kant, Melville, Hammett, Joyce, Descartes, Proust, Quialong, Beauvoir, Cleland, Goethe, Wilde, Genet, Solzhenitsyn, Kafka, Flaubert, Lorca, Zweig, Baudelaire, Lawrence, Mandelstam, Sade, Sagan, Ibsen, Hernández, Ginzburg, Bulgákov, Rushdie”. “Porque saber leer (y escribir) es un acto de apropiación del mundo”. Pero además,  “El que aprende a leer unas cuantas palabras “pronto podrá leer todas las palabras”, como escribió -y el autor lo cita-,  Alberto Manguel (escritor y traductor, argentino).

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