En El Llano, Baní...Ellas han aprendido a sonreír

 

Escrito por  Nathalie Hernández

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Su presupuesto se basa en 35,000 pesos, que el gobierno dominicano aporta, y otras pocas donaciones de personas dolientes. Esto representa el sustento de las veinticinco niñas del hogar y de quienes cuidan de ellas, lo cual, en una casa donde todo se paga, no es suficiente. Ellas también necesitan recrearse. Por esto, cada cierto tiempo planifican paseos para conocer el país, siendo este un anhelo que todas tienen. Visitan museos, parques y lugares que escuchan a sus compañeros de escuela decir que han ido. Esto solo se hace posible con una ardua planificación de ahorro y la solidaridad de algunos amigos.
EL LLANO, BANI.-Ellas no tenían hacia donde ir. Cada una con una historia frustrante. Tenían derecho a soñar, pero no una almohada para colocar la cabeza cada noche, ni una mano que las despertara al amanecer para ir a la escuela.
Unas eran de Baní, otras del Cibao. Había de los cuatro puntos cardinales, pero todas tenían algo en común: la falta de afecto.
Sus vidas dieron un giro de 180 grados, cuando las monjas de la congregación Hermanas Hijas de la Altagracia aparecieron en sus vidas, no solo dándole cobija y amor, sino  a cambiar la amargura de sus rostros por sinceras sonrisas.
Su día a día inicia cuando el reloj marca las seis en punto de la mañana. Ordenan sus pertenencias para ir a la escuela. Gozan de una vida planificada, lo que les permite cumplir con todos sus deberes. La mayoría de ellas ha llegado a destacarse en sus estudios.
Los centros a los que asisten están a gran distancia de la casa, tienen un vehiculo, pero no combustible ni mantenimiento seguro. El pequeño bus que las transporta emprende la marcha con la gasolina a crédito que  tienen que pagar cada mes.
La realidad
Las niñas albergadas luchan, salen adelante y se sienten felices por haber  encontrado una verdadera familia. Muchas tienen el dolor de saber que algún día, cuando supuestamente estén preparadas, tendrán que salir a la calle a buscar un  trabajo, porque  otras como ellas también tienen derecho a recibir la generosidad de las hermanas y de de otras personas que aportan un granito de arena.

Como todo ser humano, ellas comen, visten, estudian y asisten al medico. Esos alimentos no caen del cielo. Los recursos para suplir las necesidades no llegan con el viento. Parte de lo que ellas necesitan llega con la caridad de personas, empresas e instituciones que han sido conmovidas por las historias de estas niñas.
Su presupuesto se basa en 35,000 pesos, que el gobierno dominicano aporta, y otras pocas donaciones de personas dolientes. Esto representa el sustento de las veinticinco niñas del hogar y de quienes cuidan de ellas, lo cual, en una casa donde todo se paga, no es suficiente.
Ellas también necesitan recrearse. Por esto, cada cierto tiempo planifican paseos para conocer el país, siendo este un anhelo que todas tienen. Visitan museos, parques y lugares que escuchan a sus compañeros de escuela decir que han ido. Esto solo se hace posible con una ardua planificación de ahorro y la solidaridad de algunos amigos.
Historias
Cada niña es una historia cruda, de esas realidades que parecen haber salido de un drama de ficción.

 Marelis tiene tres años y no vino al mundo a través de un parto común y corriente, sino que  fue la hermana Margarita quién “la parió con el corazón”. Eso es lo que piensa la pequeña, que ya sueña ser cantante.
Otro caso es el de Milagros, que ahora tiene 16 años. Cuando tenía la mitad de su tiempo de vida actual, perdió a su madre y poco después falleció su padre. Esta situación afectó su mundo interior. Ella sigue de pie luchando para salir adelante: “Al principio no quería venir, pero mis hermanos me convencieron de que debía hacerlo y realmente no me arrepiento; el amor de las hermanas ha logrado suplir el vacío que había en mi”, dice. La jovencita tiene gratitud en su corazón. Actualmente cursa el tercer año de bachillerato y es alumna meritoria. Tiene la aspiración de estudiar medicina para  ayudar a los demás.
Clamor
El techo que forjó Sor Margarita Martínez, por 28 años, ha dado cobija a la vida desamparada de niñas huérfanas, ha visto pasar por allá a varios centenares de menores en condiciones de orfandad. Entre los principales problemas que confrontan hoy día se destaca la falta de un profesional de la salud que de soporte a las situaciones que a menudo se presentan en el centro.

El pasado deja sus secuelas y a pesar de felicidad que las niñas respiran, en un determinado momento algunos sentimientos y recuerdos resurgen. En las más pequeñas se evidencian las inquietudes que invaden el alma e interfieren en la salud emocional. Cuando estas secuelas posan a flor de piel es una conmoción y un verdadero rompe cabezas  para las hermanas. 
A LAS SEIS DE LA TARDE SE REUNEN PARA REZAR
Sor Margarita, Sor Rosa y Sor Aderma, son las madres de estos veinticinco ángeles.

Sobreviven de la caridad pùblica. Con lo poco que reciben deben romper brazo y hacer malabares para pagar los múltiples servicios, pues ciertas donaciones no siempre llegan. A las seis de la tarde, todas se reunen para rezar el rosario; cada una hace la misma petición: “Señor, que nos exoneren el pago de la luz, que nos aumenten la subvención, que nos nombren el personal y que las cosas aquí puedan mejorar, porque estamos en la disposición de hacer el bien y recibir aquí más niñas necesitadas de amor y afecto, pero sino hay mejoría, no podremos”, afirmó sor Margarita.
Las Hermanas Hijas de la Altagracia no solo son hijas, sino también madres que claman y luchan hasta el cansancio por el bienestar de las niñas, buscando todos los medios para que no les falte lo esencial. Han tenido la satisfacción de ver algunas de sus hijas graduarse de medico, mercadeo, estar en un nivel muy avanzado en sus carreras; están viviendo la satisfacción de ver la cosecha de los frutos que han sembrado, y lo que más desean es seguir adelante con la ayuda de aquellos que tienen un corazón generoso.
Hacer esa labor las hecho grande, han dado lo que tienen en sus corazones, pero quieren seguir dando de ese amor de madre, que todavía está guardado para aquellas niñas que necesitan de una familia y el amor de una madre.
“Queremos seguir ayudando, haciendo el bien. Aún estamos en la capacidad de seguir albergando niñas, por lo menos diez. Solo que necesitamos más recursos.
No solo se trata de dinero, sino de cualquier ayuda que se nos pueda dar: ropa, comida, medicamentos, cualquier cosa,” expresó Sor Margarita , directora del hogar.
Quienes residen en este hogar son personas pequeñas que sueñan en grande. Hoy están dando sus primeros pasos para materializar los sueños, en los que se encuentran sumergidas, solo necesitan un poco más de ayuda para seguir caminando hacia un futuro mejor y devolver a la sociedad el favor que les brindó. “Si la sociedad aspira a tener buenas cosechas, debe sembrar en terreno fértil. Esta es una gran oportunidad.”
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